Homilía para el lunes de Pentecostés

Peregrinación de cristiandad
Misa de clausura
Lunes de Pentecostés
1 de junio de 2020


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Queridos peregrinos,

    que habéis recorrido invisiblemente no sólo los 100 kilómetros que separan París de Chartres, sino también los 1.472 kilómetros que separan a Chartres de Roma, al menos según las indicaciones de los instrumentos informáticos contemporáneos, sed bienvenidos a esta Basílica construida sobre el lugar mismo donde Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, dio el testimonio supremo, el testimonio de la sangre, al final de su propia peregrinación, que lo había llevado de una humilde aldea de Galilea a la capital del Imperio Romano.

    Este año la prueba principal no ha consistido en la marcha bajo el sol o la aspereza de la ruta y los caminos, sino en el sacrificio que ha sido necesario hacer de la ausencia de tres días emocionantes, durante los cuales vemos gradualmente la aguja de Nuestra Señora de Chartres, esta catedral que, según la hermosa fórmula de Charles Péguy, es "maestra de sabiduría de silencio y de sombra". No elegimos nuestras pruebas. Es el Señor quien nos las envía, siempre de acuerdo con lo que somos capaces de soportar con Él. 

    Así que aquí estamos, juntos, no bajo las famosas vidrieras de la catedral o cerca de Nuestra Señora de Bajo-Tierra, sino, gracias a la benevolencia de Su Eminencia el Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de San Pedro, frente al altar de Santa Petronila, quien, a mediados del siglo VIII, fue dada como patrona a Francia por el Papa Esteban II durante su alianza con el rey Pipino el Breve, padre del emperador Carlomagno. Fue aquí donde llegó la primera peregrinación obrera de Francia en 1889, bajo la dirección del cardenal Langénieux, arzobispo de Burdeos, y es aquí también donde se celebra cada año una Misa por Francia, a petición de la Embajada de Francia para la Santa Sede.

    Pero hay más que simples recuerdos puramente franceses que evocar aquí, ya que la peregrinación de cristiandad reúne a peregrinos venidos de los cuatro rincones de la tierra. Habéis tenido, queridos peregrinos, un tema de reflexión que nos invita a ampliar la mirada mucho más allá del mundo visible, ya que habéis invocado a nuestros Santos Ángeles guardianes, ángeles que están presentes en este hermoso cuadro que veis y que muestra, en un escorzo sobrecogedor, el entierro de Santa Petronila, al mismo tiempo que su entrada al cielo, donde es recibida por Cristo resucitado en Su gloria, que le muestra Sus manos martirizadas en la Cruz y abiertas con la mayor generosidad que podamos imaginar.

    En la tierra, se representan diez personajes. En el cielo, sólo nueve, pero entre ellos, se distinguen perfectamente siete ángeles, que rodean a Jesús y Petronila. Sus actitudes hablan por sí solas: ninguna de ellas nos mira, pero todas ellas nos dicen algo: una está a punto de coronar a Petronila, otras cuatro sostienen a Cristo en gloria, a quien ofrecen el sostén de sus alabanzas y servicios, mientras que las dos más grandes miran al cielo, donde ven al Padre y al Espíritu Santo, que permanecen totalmente invisibles a nuestra vista. Al hacerlo, también nos invitan a ir más allá del estado de lo visible y a recordar que nuestra verdadera morada está en los cielos, como dice San Pablo (Filip. 3:20).

    Nuestro Santo Padre el Papa vive a unos cientos de metros de aquí. Reza por vosotros y os bendice a todos. Muy a menudo, celebra la misa votiva de los santos ángeles y, cada año, el 2 de octubre, en la fiesta de los santos ángeles guardianes, comenta un texto del libro del Éxodo que hablará especialmente a vosotros peregrinos. El Papa, de hecho, cita este texto - "He aquí que Yo envío un Ángel delante de ti, para guardarte en el camino, y para conducirte al lugar que te tengo dispuesto" (Ex 23, 20) y luego recuerda que la Iglesia celebra a nuestros "compañeros de viaje, los  protectores de nuestro viaje, los ángeles que están precisamente con nosotros en el camino", porque, añade, "es cierto, la vida es un camino en el que hay trampas y peligros. Necesitamos     una brújula, pero una brújula con una dimensión humana. (...) El ángel de la guarda no sólo está con nosotros, sino que también ve al Padre. Se relaciona con Él. Es un puente todos los días desde la hora en que nos levantamos hasta el momento en que nos acostamos" (homilías del 2 de octubre de 2014 y del 2 de octubre de 2018).  

    En el camino por donde hemos caminado, al menos en el pensamiento, nos hemos encontramos con ángeles y testigos, y al final estamos aquí ante los textos que nos dejaron los primeros discípulos de Cristo, San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, y San Juan, en su Evangelio. Estas joyas son el término de vuestra peregrinación y el punto de partida de la continuación. San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, nos muestra a San Pedro anunciando a Cristo resucitado a un grupo de judíos que lo descubren. El Espíritu Santo interviene directamente de una manera extraordinaria, y todos piden el bautismo, que les hace entrar definitivamente en la Iglesia. Es, en efecto, un término y un punto de partida, como en una peregrinación: un término de una vida en el desconocimiento del verdadero significado de la existencia y en la oscuridad de la ignorancia -esos paganos llevaban una vida sin un verdadero propósito-, pero también es un magnífico punto de partida hacia una vida de intensa unión con el Padre, por Su Hijo y en el Espíritu. Lo que se jugó en las costas del Mediterráneo, en Cesarea, en casa de un centurión romano pagano, de la cohorte itálica, llamado Cornelio, es el paso del Evangelio a todo este mundo pagano que no era heredero de las promesas de Israel. Cada uno de nosotros es el heredero de este pasaje.

    Con San Juan, de quien Monseñor Leonard nos decía el año pasado que había resumido todo su Evangelio en esta frase "Porque así amó Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16), todo está dicho, en efecto: en el principio, un amor infinito, el de Dios Padre hacia el mundo. San Juan insiste en su primera carta: «no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros» (1 Jn 4, 10). Al final, el amor infinito también, ya que la vida eterna es la contemplación sin fin del amor de Dios que ha actuado en nosotros, en todas partes en el espacio y continuamente en el tiempo, gracias al Espíritu que ha "llenado el universo" como cantamos ayer (cf. Sab 1, 7). Entre el principio y el fin, entre el punto de partida y el de llegada, el amor continúa sosteniéndonos, pero ahí estamos profundamente implicados. El Señor nos preguntará durante el Juicio Final: ¿cómo me amaste?, ¿cómo amaste a tu prójimo?  

    Hoy, queridos hermanos y hermanas, pensando en Nuestra Señora de Chartres, orando por todas nuestras familias, por nuestros amigos, pero también por nuestros enemigos, decidamos estar en compañía de nuestros ángeles guardianes, peregrinos del amor que aceptan recibir su vida como un don que ha ser entregado al Padre de todas las misericordias (cf. 2 Co 1, 3).  Confiémonos a Nuestra Señora del Buen Camino, que hace todo este viaje con nosotros, y pidámosle que nos inspire a nunca abandonar nuestra vocación cristiana. Dejémonos embargar por Cristo para ser ofrecidos por Él al Padre, en el fuego del Espíritu Santo.
 
    En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Mgr Descourtieux
Congrégation pour la Doctrine de la Foi